viernes, 1 de abril de 2011

Al otro lado - Relato corto

Si ven que las entradas distan mucho temporalmente entre sí, se debe a los estudios. No voy a utilizar el típico tópico de "me explotan estudiando"; simplemente, hay que trabajar. El problema es que, después de trabajar, pocas ganas hay de ponerse a escribir (he dejado muchos concursos pasar por falta de imaginación y tiempo para plasmarla). Este es de los últimos relatos que presenté a concurso. Inspirado en la canción Libre de Nino Bravo.

Eran las dos de la tarde. Como cada mediodía, salí del fresco ambiente de trabajo a la bochornosa avenida principal, camino a casa. Mi mujer, Clara, estaría terminando de cocinar el guiso con patatas y chorizo que tanto me gusta. Pensaba "Cuando llegue, me gustaría darle un abrazo tan grande, besarla en el cuello... sólo nos distancian cinco manzanas". Pobre de mí. Iluso, cruzo la calle, continuo hasta el final y viro a la izquierda. Paré en seco. Me di cuenta que algo estaba fuera de lugar, algo chocante que esta mañana no estaba ahí, algo que había aparecido como de la nada.

Desde un lado hasta el otro del Gran Paseo Noreste de la ciudad, se extendía un muro marrón parduzco aparentemente infranqueable, de unos cinco metros de altura. Pocos guardias paseaban desde un lado a otro, pero todos ellos portaban enormes fusiles negros. Una vez que me recuperé de la primera impresión, fui a ver que pasaba cerca de una puerta verde metálica, al parecer, el único paso entre dos zonas fracturadas por el abismal e inquietante muro, que alguien había construido ahí no sé por qué motivo. Mejor sería preguntar.

Un grupo de personas esperaba frente a la puerta verde, mientras dos soldados paseaban delante, sin alejarse mucho de la puerta. Había un señor mayor con gafas, calvo, con un bigote espeso al que ya le habían salido algunas canas, mesándose la prominente barba. Portaba un bastón marrón, pero se le veía en buena forma, no con la espalda encorvada como muchos de su edad. Probablemente estuviera paseando cuando se encontró con esta... no sabía cómo definirlo, "abominación paisajística" me pareció bien. También estaba allí esperando una pareja joven: un guaperas rubio y fornido, acompañado de una voluptuosa morena de pelo negro e insinuantes curvas, ambos con gafas de sol, y pinta de no dejarse inquietar por nada. Mucha otra gente permanecía delante de la puerta verde, mirando con nostalgia, como si pudiesen ver lo que había detrás. Observé el paso de los guardias: tres se estaban alejando, y sólo dos los reemplazaban de su puesto. Después de que se fuera el último del primer grupo de soldados, avancé rápidamente y toqué el pomo.

-¡Un movimiento más y le vuelo los sesos, señor! -me espetó el soldado.
Levanté las dos manos, giré y me encontré a dos guardias apuntándome directamente a la cabeza.
-¿A dónde se cree que se disponía a ir?
-Eh... verá... señor, ¿ve aquel edificio de allí? - levanté índice de la mano izquierda.
Era un modesto pero bonito edificio siete plantas, de un azul mar suave con tonos más oscuros que destaca ligeramente de los cálidos que portaban los edificios colindantes.
-Sí, claro. ¿Acaso me cree ciego? -respondió sin mucha paciencia.
-No, claro que no. Allí está mi hogar -respondí tajante. El guardia y yo mantenemos la mirada unos segundos.- Salí de allí esta mañana a las nueve, y ahora mi mujer me estará esperando para almorzar. Y no puedo cruzar por este... muro, que no estaba por la mañana. -tomo aire, preocupado por haber parecido demasiado directo, demasiado prepotente con alguien que lleva un fusil. Más sosegado, pregunto- ¿Me dejará pasar, por favor?

El soldado de la derecha, de ojos marrones y pelo raso, inmutable, extendió la mano con la palma hacia arriba.
-¿Y el Visado?
-¿Qué Visado? No necesité nada para ir a trabajar esta mañana.
-Obvio. Eso es porque esta mañana no existía la República Independiente de Tuttifruti -"¿Se burla de mí", pensé, pero prosiguió haciendo caso omiso de la cara que puse-. Si quiere cruzar, deberá rellenar la solicitud A-234 de la secretaría de Asuntos Exteriores para obtener la circular U-29. Tras enviar la circular cumplimentada correctamente junto con una copia del Documento de Identificación, se le emitirá el Visado junto con una pulsera electrónica. Válido durante 23 horas tras la entrega: tendrá que cruzar y volver en menos de dicho tiempo, o la pulsera producirá una descarga mortal.

Cuando hube asimiliado toda la información, continué con la conversación.

-¿Dónde se tramita todo ese papeleo?
-En el Ministerio de Asuntos Exteriores, por supuesto.
-¿En el qué? -sacudí la cabeza- ¿Dónde queda eso exactamente?
-Ah, el Ministerio, lo están construyendo, cuatro manzanas más abajo. Dentro de dos semanas se presentarán las primeras oposiciones
-¡¿Pero si el Ministerio aún no está construido, cómo demonios voy a salir de aquí?!
-Ah, que usted quiere salir hoy... Me temo que es prácticamente imposible salir de aquí -y ante mi mirada antónita, continuó-. Personalmente, no le aconsejo ni intentarlo, a menos que conozca a algún alto cargo en el Ministerio. Si lo hace, probablemente se archive su nombre y sus apellidos en el cajón de los "posibles no-ciudadanos". Hágame caso; le traerá problemas a la hora de tramitar hacienda y demás papeleos gubernamentales. He oído que las cosas se iban a poner muy feas para aquellos que no acepten la legítima autoridad del Gobierno de Tuttifruti.

"¿Cómo va a aceptar alguien a un gobierno que ha surgido de la nada, que esta mañana no estaba? Todo esto es una farsa. No hay posibilidad de cruzar el infranqueable muro que horas antes no existía y que ahora me separa de mi casa, mi mujer, mi hogar" pensaba furioso. Dos "toc, toc" me alejaron de mis pensamientos. El segundo soldado, patrullando lejos de la puerta, no tenía intención de recibir al desconocido visitante.

-¿Me permite? -se excusó mi interlocutor, y se fue a abrir la puerta
-Traigo tres pizzas a nombre de... ¿Luis, puede ser?
-Sí, soy yo, déjelas en aquella mesa.
Aquello se estaba volviendo cada vez más surrealista si cabía. El repartidor dejó el pedido en la mesa, cobró una miseria de propina, y cuando abrió la puerta para volver por dónde había venido el segundo soldado levantó el fusil
-¿A dónde se cree que va? -inquirió con voz áspera y recia
-V..voy a continuar con la entrega de p..pedidos... -tartamudeó
-De eso nada. Desde el momento en que pisó este suelo, rechazó formalmente su nacionalidad y aceptó ser ciudadano de la Republica Independiente de Tuttifruti. Por tanto, no puede salir del país.
-Pe...pero señor, he dejado mi moto al otro lado. Debo ir a recogerla.
-Nada de eso. Debe usted colaborar con la economía del país, así que ahora mismo va a la tienda de automoción más cercana a comprarse una nueva moto. Sin peros, o le hago detener por desobediencia a la autoridad ¡Vamos! -gritó de tal manera el soldado, que el repartidor casi se cae del espasmo que le produjo. Se llevó la mano a la cabeza en señal de saludo militar y se dispuso a irse. En ese momento lo vi claro.

Aquello no era un gobierno, sino una dictadura. Jamás volveré a ver nada con lo que me crié ni con lo que he vivido hasta ahora. Todo eso queda al otro lado de este muro. Este impenetrable muro, que separa dos países. O eso dicen. Pero yo sé que todos los dictadores mienten como bellacos. Sólo nos quieran engañar. Da igual el motivo que utilicen: "salvar" al país, "defender" nuestra libertad y nuestros derechos, "construir" un país mejor... Esto no tiene otra finalidad que separar a las personas, porque los países no valen nada sin las personas. Todos los dictadores quieren apropiarse de las personas; pero conmigo no lo van a tener tan fácil. Ya he pasado por una dictadura de pequeño, y no estoy dispuesto a sobrevivir a otra. Antes muerto.

El soldado que me informó estaba comprobando si las pizzas que le habían traido era las que pidió, y si nadie había mordido ninguna. El repartidor entretenía al otro soldado con su exagerado saludo marcial. En ese momento, mis piernas empujaron con toda su potencia hacia atrás aquel extraño país, corrí como nunca, tiré al repartidor contra el soldado y me colé por la puerta aún abierta, cerrándola tras de mí.

Al otro lado del muro no hay soldados. Tan sólo una línea blanca, tras la cual aguarda un grupo de curiosos, que muestra sorpesa al verme aparecer corriendo desde el otro lado. Después de lo que he visto, estoy dispuesto a creerme que aquello pintado en el suelo señala una frontera. De repente, la gente se aparta rápidamente, y se oye un disparo detrás mía.

Ruedo, y caigo al suelo estrepitosamente. Me duele enormemente el pecho. Palpo con la mano.-Al retirarla la veo empapada de un intenso rojo carmesí. La línea queda a unos tres metros. Si cruzo, ellos no podrán ir a buscarme, pues significaría un conflicto bélico abierto, y he de suponer que aún están componiendo su "país". Lo único que me queda es reptar. Manchando el asfalto de la carretera, muevo la mano derecha, pie izquierdo, mano izquierda, pie derecho, mano derecha, otro tiro resuena en la calle. Los huesos de mi mano izquierda se astillan, saltan, como una bocanada blanca y roja de mi ser. Grito, y veo que la gente intenta acercarse, pero retroceden asustados mientras miran a la puerta. Probablemente, los estén apuntando, así que sólo pueden estirar la mano sin llegar a cruzar la línea. Me lanzan un botiquín, pero eso de nada me sirve. Podrían matarme en cualquier momento, sólo tienen que apuntar a la cabeza y apretar el gatillo, pero no lo hacen. Quizás se estén divirtiendo, quizás piensen que servirá de escarmiento para quien intente huir. Aun con todas esas ideas en la cabeza, no me queda otro remedio que seguir avanzando. Otra bala atraviesa el muslo de la pierna derecha, desgarrándome los tendones. Golpeo el duro asfalto con la mano sana, manifestando mi dolor y mi perdición, pero de nada me sirve. Ya estoy cerca. Me arrastro, la línea queda a pocos centímetros. Ya llego. Alzo mi mano... No oigo la última bala.

2 comentarios:

  1. ¿Te sorprendería mucho si algún día levantan un muro entre una comunidad autónoma y la de al lado? Físicamente no las hay todavía, pero cada vez hay más muros virtuales

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  2. Me sorprendería mucho si la gente actuase tan surrealistamente como en el relato, como si no pasase nada. Lo había pensado recreando una situación real que ocurrió en Berlín, pero no se me había ocurrido aplicarlo alegóricamente a los nacionalismos. Gracias por el apunte FBM.

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