Aún me quedaba mucho
trabajo por hacer. Llevo hora y media, y ya estoy cansado. ¡Estos
trabajos de la universidad se me hacen eternos! Miro el reloj, y veo
que son las 23:00. Va a ser una noche muuuy larga.
Cansado, me froto los
ojos, y vuelvo al lío. Al colocar la mano sobre el papel para
escribir (tengo esa manía; no soporto que se mueva el papel), miro
de nuevo la hora. ¡No es posible! ¿¡Las 5:45!?
Pero sí... Me levanto,
miro por la ventana, y el sol ya cae casi perpendicular sobre el
asfalto, brillando sobre el tráfico bullicioso. Vuelvo a comprobar
el reloj, y son las 11:27. Esto no me puede estar pasando...
Se abre la puerta
lentamente, lo que, inexplicablemente, me sobresalta, y aparece mi
padre.
-Hijo, ¿hoy no tienes
clase?
-¡Claro que sí papá!
Esto es de lo más extraño
-Ehm, no te entiendo
bien, Rafa... ¿Te has quedado dormido?
-¡Pero papá, si son
las...!
Y, en ese momento en el
que miré la hora, todo pareció cambiar. 23:55. Cinco minutos antes
de media noche. La habitación se sumía en una penumbra
considerable. Ni siquiera la Luna la iluminaba. ¡La Luna! Cuando
estaba estudiando caía la luz lunar e iluminaba parcialmente mi
habitación, pero ahora no se ve nada... Finalmente, sin esperanza en
un alto en el camino, observo detenidamente el reloj. Este se
ilumina, y en lugar de la hora, aparece una palabra parpadeante.
“Sincronizando”. A los cinco parpadeos, se sustituye por un “OK”,
y una voz femenina habla, alto y claro:
-Sincronización
completada.
Estoy en una extraña
sala. Ovoide. Parece una flor sin abrir.
-Por fin le encontramos,
señor Ramirez. Parece que hubo unos problemas con la
sincronización...
Estoy de espaldas a
alguien. Cuando me vuelvo, los dos nos sorprendemos. Ni yo me
esperaba a un científico, mayor, recién afeitado, con bata blanca y
portafolios en mano, ni él a un adolescente en pijama.
-¿Qué has hecho con
Astidge? -me preguntó, temblando, entre malhumorado y asustado
Antes de que pueda yo
preguntar quién era aquella, un hombre alto y fortachón se acercó,
con una sonrisa pícara, a decirle algo al oído.
-Ajá... De ahí su falta
de sincronización -dirigiéndose a mí-. Disculpe las molestias
“jovencito”. Usted no era nuestro viajero. ¡Que pase un buen
día!
Y, de nuevo, estaba
mirando por la ventana. Compruebo que hora es. Las 23:00. Aún me
queda mucho trabajo por hacer.
Corto y bueno. Podría ser el comienzo de una novela. "Un adolescente en la corte del rey futuro", por ejemplo.
ResponderEliminarQuizás, pero no tanto como tu relato del físico (me fascinó; quería/quiero desde hace tiempo escribir uno parecido).
ResponderEliminarMe podría plantear la novela; como Mark Twain murió hace más de 100 años, por derechos de autor no me pueden acusar
Menudo viaje. La clave está en no mirar la hora. Sencillamente dejarse llevar.
ResponderEliminar¿Astidge? ¿Habrá que desvelar algo acerca de ese nombre, no?
Un saludo
Bueno, no he hecho nunca un personaje para continuarlo en otro relato, pero sería cuestión de estudiarlo ;)
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