domingo, 7 de febrero de 2016

Madrid, o cómo aprendí a amar el café

Gran vía, azotea 8


No me gusta el sabor del café. Es amargo, seco, por eso se sirve siempre con azucarillos, o leche. De muchas formas distintas, con nata, con leche condensada.... Como ocurre con el alcohol. Supongo que ocurrirá con las demás drogas: por sí solas no tienen buen sabor, hay que adornarlas.

Entonces, si tan malo está, ¿por qué tomo café? Por lo mismo que quien toma alcohol. Lo necesito, al menos, a corto plazo. Esta semana he empezado (mientras estudio el máster por la tarde) las prácticas de empresa. En mi máster tengo unos créditos obligatorios que tengo que aprobar con unas horas trabajando en una empresa. En principio, sólo son 3 créditos ECTS, equivalente más o menos a 1 mes y medio de trabajo. Pero claro las empresas no contratan por menos de 6 meses. Con lo cual, hay que echar más tiempo del necesario. Al menos, son remuneradas.

Siempre he admirado a la gente que es capaz de llevar múltiples proyectos. En su vida, en general. Y yo mismo no lo llevaría mal. Salvo porque, mientras trabajo, en el máster siguen mandando trabajos y exámenes al mismo ritmo que antes. Sin parar las clases para los exámenes, como suelen hacer en los grados y en otros másteres. Obviamente, todo cuenta para nota. Si el año que viene quiero hacer un doctorado, necesitaría nota en este máster, lo cual se hace difícil con menos tiempo para estudiar.

Imagino que, con esto, se premia también la organización y la determinación. Antes podía dedicar más tiempo a descansar, a vaguear, a no ser productivo.

Se acabó eso. Parece que ya voy “siendo” mayor. Admiro mucho a al gente que aguanta 4h de clase, 5h de trabajo, y estudiar por las noches sin nada. Yo necesito café. Y construirme un buen horario.

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