miércoles, 19 de septiembre de 2012

Un día normal

Este es un relato que hemos estado escribiendo estas últimas semanas Gema (mi novia) y yo. La propuesta ya se había hecho desde hace tiempo, pero la idea surgió un día, paseando por calles cordobesas (estrechas, pero sin llegar a ser agobiante), que se me ocurrió cómo empezarlo. El final, en cambio, es suyo. Espero que les guste.



Aquella tarde, como cualquier otra, volvía del trabajo, ya llegada la noche. El sol se había ocultado, pero aún dejaba en el cielo reminiscencias rojas y amarillas. Por las calles, unas calles normales, circulaban personas normales, y de vez en cuando algún coche normal. Las tiendas normales estaban próximas a cerrar, y en los alrededores de las chucherías y en las plazas aún correteaban niños normales.

Pero había algo en todo aquello que no le resultaba habitual.

Un motorista montado en su reluciente y nueva moto de carreras atravesó el asfalto a una velocidad inusitada, anormal para el ambiente habitual del barrio. Posó sus ojos sobre su motorizada carrocería, la cual paró a unos ocho metros de un bar que nunca había visto. Era un lugar oscuro, abandonado... estaba escondido en las sombras, pero para su asombro, sus normales compañeros de vecindario parecían no ver el establecimiento. ¿Sería un espejismo, o es que su mente no era tan normal como él creía?

Probablemente, otro día cualquiera no habría prestado mayor atención, y caminaría hacia casa decididamente. Pero, ¿por qué irse tan rápido? ¿A quién tenía que ver? Futo, su perro, podría esperar un poco más, si él ese día entraba a tomarse una cerveza en el recién bar descubierto, mientras en su mente seguía dubitando cómo podía haber pasado por alto tal enigmático lugar. El letrero sobre la puerta, en blanco sobre negro, se leía “Taberna de Yusuf”, al igual que en un oxidado cartel a su izquierda, colgado en la pared.

Cruzó la pequeña obertura de madera, dejando atrás el frescor de la calle para entrar en un recinto cerrado, con cierta humedad, aliviada por el aire acondicionado y los ambientadores. A la derecha de la puerta dejaba a una pareja que charlaba entusiasmada, sobre Batman o eso le pareció escuchar. Pero más que hablar, parecía que se comunicaban con los ojos, mirándose fijamente uno al otro, como si el tema sobre el que hablar fuese solo una excusa para mirarse, uno frente al otro.

Se acercó a la barra, para ver qué podían tener que le interesase. Se sentó en el asiento más alejado de la pareja y pidió una cerveza bien fría para calmar la sed, ya que el ambiente del local era bastante cargado. El anciano camarero le miró por encima de sus pulcras e impolutas gafas de media luna y le estudió detenidamente, sin prestar mucha atención a su petición.

Después de gastarle con la mirada todo lo que pudo, se dio rápidamente la vuelta y echó a andar hacia la despensa con aire decidido. Mientras le atendían, giró sobre sí mismo y ojeó el misterioso lugar. Era un local bastante pequeño, abarrotado de cosas rarísimas y, a su parecer, inútiles. Además, la gente que se hallaba en el lugar, no parecía darse cuenta de que allí no estaban solos, pues cada uno hablaba al volumen que quería sin que le importara si podía disgustar a las personas de su alrededor, pero estos, a su vez, no sólo no parecían molestos, sino que estaban enfrascados en sus propios asuntos, sin ver ni oír lo que sucedía a su alrededor.

Entonces, oyó un carraspeo detrás de él, viró en dirección al camarero, y buscó la cerveza que había pedido, pero eso no era lo que el misterioso anciano le trajo.

-Aquí tiene su lisard sin gemolfteína, caballero -pronunció el anciano, mientras portaba, en las manos, algo.

Constaba de un recipiente de cristal, con forma parecida a un vaso, rodeada de un aro de metal. De este salían ocho patas que se apoyaban en la mesa, con lo que el vaso quedaba en el aire. Al final de estas patas, había unas gomas para evitar que estas se deslizasen. El hombre se dio cuenta también de que esos artilugios de metal, estaban también articulados, por lo que se podía inclinar de un lado o de otro.

Encima de aquel extravagante vaso, quedaba encajado una pequeña cúpula, que terminaba en un tubito por el cual, aparentemente, se podía beber. O, más bien, espirar, porque por la “pajita” espiraban un desconcertante humo, no sabía si por frío o por calor.

-¿Recuerda cómo se toma una aspirobebida? -el camarero, como si explicase comer a un niño pequeño, habló.- Chupe por el microtubo, y cuando termine, desenrosque y bebe. O, si no quiere, déjelo en el suelo y el Recogedor lo limpiará.

Miró a donde señalaba, y encontró con un robot, octópodo, que iba recogiendo esas extrañas bebidas, mientras parecía que balbuceaba en su idioma. De repente, cayó en la cuenta de que todo el establecimiento había cambiado: pese a permanecer tan pequeño y abarrotado como antes, ahora las luces eran azuladas, y la gente vestía exóticos vestidos claros y brillantes; algunas mujeres incluso llevaban collarines amarillos y morados. Pero no eran los mismos que cuando entró: la pareja de chavales ya había desaparecido.

El anciano se mostró preocupado, y preguntó:
-¿Viene usted de muy lejos?
-¡Esto no es posible!
-¿No será de Córdoba, verdad? -interrogó, con una mueca un tanto extraña, rozando la indiferencia.
-¡Claro que estamos en Córdoba! -exclamó el hombre, no enfurecido pero sí molesto, como si le trataran como a un tonto, o fuese poco listo para entenderlo.
-Hum... -cogió algo que se parecía a un teléfono y pulsó un botón.- Yusuf, ven un momento, hay un error 112. Sí, de Córdoba.

Un hombre, algo más alto, adulto también pero joven, apareció en la barra. Al mirarlo directamente no pudo dejar entrever su sorpresa: era el motorista que lo había hecho llegar hasta allí. Se acercó hasta ponerse a su altura, y lo miró detenidamente, estudiándolo, como si esperara ver algún defecto en él, al cabo de varios segundos, que parecieron horas, se levantó apresuradamente, lo cogió por los hombros y con una fuerza descomunal lo sacó fuera del local. Éste ya no poseía una estética futurista, en su lugar, había vuelto a aparecer el lúgubre local en el que había pedido una cerveza hace apenas unos segundos.

El tal Yusuf lo soltó en medio de un oasis, a la sombra de un par de palmeras, en el cual solamente se encontraban ellos dos, el bar había desaparecido. El enigmático motorista cruzó los brazos y le dirigió una mirada de reproche mientras le incriminaba:

- ¿Por qué has actuado así? -le incriminó el adusto motorista.
- ¿A qué se refiere exactamente?
- Me refiero a por qué no se ha tomado la bebida que le habían traído.
- Ah, ¿era una bebida?
- Por supuesto que lo era, pero hubiera sido lo que usted hubiese querido. Solamente tenía que pensarlo, y su deseo se hubiera creado ante sus ojos.
- Pero yo no quería un aspirobatido...
- Aspirobebida.
- Lo que sea...
- Usted quería algo novedoso, algo que rompiera su normalidad, algo digno de recordar...y yo se lo di.
- No lo entiendo...
- No lo tienes que entender, solamente tienes que volver a decirme lo que deseas, y yo, el gran Yusuf, haré el resto.

Tuvo que cerrar los ojos, el dolor de cabeza que estaba sufriendo no era para nada normal, esa conversación no tenía sentido, pero a la vez, ese tipo le resultaba tremendamente familiar, como si ya lo hubiera visto antes, e incluso, ya hubieran tenido antes una conversación parecida. Y entonces, de repente, se acordó de todo, ese Yusuf había aparecido en una de sus misiones de trabajo.

Como policía, antes se encargaba de ir allí donde se producían altercados y los borrachos se disputaban un trago más de la botella, amenazando incluso a punta de navaja. Un día, un tal Yusuf lo llamó porque se había producido una pelea en su bar. Pero cuando llegó, esta ya había terminado, y el camarero, el hombre que ahora tenía delante, le ofreció una bebida igualmente. Hablando con él, se quejó de que ya estaba harto de los riesgos a los que se enfrentaba día a día, le había pedido normalidad, una vida normal, como la de cualquier otro, y no el trajín habitual de lo que había sido su vida cotidiana. Entonces, el jefe de su trabajo le ofertó un trabajo en la oficina, renovando DNIs y cotejando datos, que aceptó de inmediato. Se olvidó de aquel hombre tan rápido como desapareció de su vida, pero Yusuf le había influenciado más que cualquier otra persona.

- ¿Te decides o qué? No tengo todo el día...

La insistencia de Yusuf le hizo volver a la realidad: estaba perdido, solo, en medio del desierto, sediento, cansado. Pero a pesar de todo, había tenido suerte, había encontrado un oasis, y en los pies de una de las palmeras, había encontrado semienterrada una esplendorosa lámpara.

- Yusuf, yo no tengo perro...¿verdad?
- Claro que no, pero, ¿qué oficinista normal y corriente no tiene un perrito esperándolo en su pequeño pisito de las afueras de la ciudad?
- ¿Y la aspironoséqué...?
- Tenías sed, ¿no?
- Yusuf, no seas tan rígido...
- ¿A qué te refieres?
- A que te sueltes un poco, a que no seas tan literal, es imposible hablar contigo... y no me estás ayudando con tus deseos.
- Es mi naturaleza.
- Pues ya podrías ser un poquito más práctico, yo solamente deseo cosas normales, no eso que...
- Bien, lo que tú digas.



Se encontró, como por arte de magia, caminando sobre la acera. Acababa de tener un déjà vu, por lo que se paró, miró al cielo, y siguió andando. Aquella tarde, como cualquier otra, volvía del trabajo, ya llegada la noche. El sol se había ocultado, pero aún dejaba en el cielo reminiscencias rojas y amarillas. Por las calles, unas calles normales, circulaban personas normales, y de vez en cuando algún coche normal. Las tiendas normales estaban próximas a cerrar, y en los alrededores de las chucherías y en las plazas aún correteaban niños normales.

2 comentarios:

  1. "abarrotado de cosas rarísimas y a mi parecer inútiles". Como verás, me encanta encontrar fallos. Por lo demás, el relato me parece bastante bueno, incluido el final de Gema, que no sé si es tu hermana, tu novia o una compañera de estudios.

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  2. Sí, supuse que algún error se me escapa (solo lo revisé entero dos o tres veces, aunque ya había revisado párrafos sueltos en ciertas ocasiones).

    Y yo estoy encantado de que le encante encontrar fallos. Así, uno mejora.

    Sí, Gema es mi novia (empezamos a salir al principio del verano). Ya lo he indicado en la introducción, por si a alguien se le ocurre la misma pregunta jeje

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