viernes, 7 de agosto de 2015

La banalidad de las cosas

Estaba hace unas semanas en la calle, con unos amigos, charlando mientras nos tomábamos algo en un bar. Fardaría si dijera que siempre hablamos de temas superimportantes, pero de vez en cuando surgen conversaciones bastante interesantes.


Pues una de las conversaciones era banal, pero me di cuenta que poco a poco ganó importancia. Sentados estábamos tres chicos y una chica, y esta comentó que, cuando sus padres van y piden juntos un tinto y una cerveza, sin especificar quién pedía qué, pues el camarero llegaba sin preguntar y servía el tinto a la mujer y la cerveza al hombre. A esta chica le parecía una actitud muy machista.


Y claro, ya se empezó a liar la cosa. Que si prejuicios, que si el camarero podía tener prisa y no se había parado a comprobarlo, que si mayoría, que si sesgo cognitivo, etcétera, etcétera, etcétera. Pero lo más importante es lo siguiente: la discusión se centró sólo en ese caso, y duró más de media hora. ¡Qué digo! Se me hizo como una hora entera. Creo que fue una hora entera. Y la cuestión, ¿era importante?


No, o al menos, no con la efusividad que se estaba discutiendo. Me llamó la atención que discutíamos de manera muy acalorada, al nivel que podríamos estar discutiendo que un alcalde del PP llame a una política del PSOE “puta barata podemita”, sin ánimo de ofender, por supuesto. Y he aquí el quid de la cuestión: ¿están las dos cosas al mismo nivel?


Obviamente no, pero dedicarle el mismo tiempo a las dos cosas, y defenderlas con la misma efusividad, banaliza el problema. Lo hace mundano, cotidiano. Rebaja la importancia de un insulto machista de una autoridad política a un simple cambio de bebidas en un bar.


La banalización de las cosas es algo transversal a los problemas de actualidad. Si empezamos a tratar cosas de importancia distinta al mismo nivel, con el mismo tiempo y la misma actividad y efusividad, estamos igualando la importancia de las dos cosas. Y puede que no la tengan.


Por ejemplo, un adolescente saca el móvil en mitad del almuerzo con su familia, y como no lo guarda aunque sus padres se lo piden, los padres le castigan. Cuando ese adolescente llega a casa con las notas del curso, y sus padres se dan cuenta de que ha suspendido más de 5 asignaturas, ¿habría que aplicarle el mismo castigo? ¿Tienen las dos cosas la misma importancia?

En la Era de la Información en la que vivimos, hay que administrar el tiempo y los recursos porque, aunque aparentan ser abundantes, siempre estamos limitados. Podemos considerar importante la colocación de los vasos, o las conductas en la mesa, pero hay que ir primero a lo prioritario. Normalmente, lo demás vendrá de carambola.

2 comentarios:

  1. Saludos, Relampague, lamentablemente estoy en desacuerdo contigo, no creo que este tema como tú apuntas carezca de importancia.

    Me parece intolerable la actitud extremadamente hembrista del camarero. El vino es una bebida refinada, comúnmente consumida con moderación por personas de alto nivel sociocultural. En cambio, la imagen asociada a la cerveza es la de brutos borrachos bebiendo enormes jarras en una taberna.

    ¿Por qué asume que la cerveza corresponde al hombre? No me parece una discusión banal en absoluto. Me parece increíble que en pleno siglo XXI tengamos que soportar estas cosas.

    Un saludo,

    Un lector anónimo

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    Respuestas
    1. Jajaja Voy a suponer que eres Dani.

      Hablando en serio, no sé que la mayoría de gente habla del machismo, cuando estoy hablando de banalizar temas importantes.

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